En la foto de la noticia, de izquierda a derecha: David Cercas, Ramón Villagran, Julio Vecino y Antonio Montalban.
David Cercas Rueda es Licenciado en Admón. y Dirección de empresas y MBA Executive por el Instituto Internacional San Telmo. Actualmente es Subdirector del colegio Entrepinos del Grupo Attendis, en Huelva, además de profesor y orientador familiar. Está casado y es padre de tres hijas.
“Chico rebelde”
Llegué a Guadaira con los aires propios de un “chico rebelde” -termino que me apropió un residente, David Falcón-: me sentía autosuficiente, con ganas de comerme el mundo, y alejado de Dios, a pesar de proceder de una familia católica practicante. A mi padre le había dicho que iría a Guadaira para un año, no más, pues mi pretensión era vivir en un piso y hacer “lo que quisiera”, sin horarios, una vez acabara el primer curso. La realidad fue bien otra: estuve los cinco años de carrera en el Mayor.
“Si quieres, te busco otro Mayor…”
No pasó un mes cuando el director, entonces era Jaime Huerta, me abordó y me dijo a solas que no tenía sentido que siguiera con esa actitud, pues no estaba aprovechando los medios de formación que había y, sobre todo, que no se me veía estudiar mucho. Tenía toda la razón. Y me planteó que me fuera a otro Mayor, porque mi sitio en Guadaira lo podría ocupar otra persona. Estuve unos días asimilando esto y decidí que yo no podía seguir así, sobre todo porque mis padres no se lo merecían. Así que, poco a poco, surgiría mi cambio.
Un accidente futbolístico
A mi parecer, a Dios no le bastó enviarme este aviso, pues al mes siguiente, después de mucho deporte -prácticamente jugaba al fútbol todos los días- me torcí la rodilla y me rompí el menisco, lo que implicaba unos meses sin hacer deporte. Esta contrariedad me vino muy bien: por un lado, abandoné de golpe el fútbol al que tantas horas dedicaba, cosa que me ayudó a dedicar más tiempo al estudio. Por otro lado, pude apreciar el cariño de los residentes más veteranos -los becarios y directores- con detalles concretos que me animaban cada día: recuerdo la amabilidad que varios pusieron en traerme y llevarme la bandeja de comida en el desayuno, en el almuerzo y en la cena, pues estuve tres meses con muletas. Me daba cuenta de que el Mayor era una familia, y que no podía estar en mejor lugar para mis años de carrera, en los que se madura tanto la personalidad, por el buen ambiente de convivencia que se respiraba. Estaba seguro que de allí saldría con muchos amigos, amigos de verdad.
Primeros palos académicos
Llegaron los primeros exámenes en febrero y sólo aprobé ¡una asignatura! Esto ya no podía permitírmelo. Y comencé a estudiar con más intensidad. De todas formas, aunque lo hice, los buenos resultados no llegaron hasta dos años más tarde cuando, por fin, comencé a ver unos resultados más satisfactorios. Fueron años donde aprendí a estudiar con eficacia y excelencia, siguiendo el ejemplo y recomendaciones de otros colegiales, entre otros, Gabriel Valverde, David Falcón, Ramón Villagrán, José Luis Toledo, Antonio Montalbán, Alfonso Moresco, Juan Morcillo, Alfonso Casasola… No me puedo olvidar de Javi Sánchez y de Nico Molina quienes, sin ser residentes, venían al colegio como adscritos al Mayor y me daban un buen ejemplo de estudio.
Corazón inquieto
Desde primero de carrera estuve saliendo con una chica. Dos años después, un acontecimiento singular fue el origen de mi posterior “conversión”. Me levanté una mañana –en el Mayor, habitación 07- y me puse a llorar. El motivo fue que de repente vi muy claro que esa chica no era para mí, que Dios quería otra cosa. Al principio no lo entendía: “¡pero si yo la quiero! ¡pero si ella me quiere!”; más tarde lo comprendí, y es que Dios te hace ver las cosas cuando confías en Él y sigues sus inspiraciones.
Así las cosas, inicié una mejor relación con Dios, y quedamos en que todos los días iría a misa, pues estaba seguro de que allí encontraría lo que Él quería de mí. En efecto, poco a poco, gracias a esa sintonía, comprendí que el matrimonio sería una realidad posible para mí, tal como un cristiano lo entiende: unido a una mujer lista y piadosa con quien educar a nuestros hijos -sin límites, los que Dios me diera- en un ambiente familiar cristiano. Fue entonces cuando conocí a Reyes, hoy mi mujer.
Mi vocación al Opus Dei
Tan pronto empecé a ir a misa, me planteé si Dios me llamaba al Opus Dei, para servirle mejor dentro de la Iglesia. Descubrí que Dios me quería muchísimo, que tenía un plan para mí, y que me pedía que luchara por la santidad en medio del mundo, en medio de las circunstancias ordinarias de la vida: el estudio, la familia, el trabajo, los amigos. Este mensaje fue el que propagó San Josemaría, fundador del Opus Dei, por todo el mundo. Puedo contar que entre ese año y el siguiente pedimos la admisión a la Obra varios residentes de Guadaira y que, en mis años, se fueron acercando a los medios de formación cristiana otros muchos amigos y compañeros.
Ultimo año de carrera
Y último en el Mayor. Fue apasionante: me quedaban muchas asignaturas para terminar -entre otras, las famosas asignaturas de libre configuración-; estaba saliendo con una chica a quien apenas veía una hora diaria –pues ella estudiaba y trabajaba-; seguía un plan espiritual diario, propio de los fieles del Opus Dei, que se concretaba en la asistencia a misa, ratos de oración por la mañana y por la tarde, lectura del evangelio y rezo del Rosario, entre otros; y todavía me daba tiempo de jugar al fútbol (había vuelto al terreno de juego) con los amigos, y salir los fines de semana por la maravillosa Sevilla.
No puedo dejar de dar gracias a Dios por los años en Guadaira, y porque nunca olvidaré que fue allí donde tomé un nuevo impulso en mi camino como cristiano en el mundo.